30.3.11

Poema de Edna Pozzi


¿Acaso eres un niño
de cristal?

De vos la noche y sus latidos
el ovillo de lana
de vos cayendo
la mañana y sus ángeles rotundos.

© Edna Pozzi

Poema de Elena Cabrejas


POR LAS CALLES

Por las calles el tránsito parecía igual
que en tiempos anteriores
pero no estaban Claudio ni Haroldo ni Azuzena.
Los autos pasaban por zonas comerciales
por donde el mundo ardía
por inocentes zonas suburbanas
de azules transparentes
pero Caty no estaba ni Jorge ni Roberto
mientras la paz violada cabalgaba a hurtadillas
de esa carroña hambrienta hediendo a pavor sobre la espalda.

Nos espiaban desde cada ventana
... cada rendija
............. cada ventanilla
donde asomaban amenazantes fusiles
lentes oscuros como presentimientos
con su poder alzado
doblegando la piel
...... la mente .. el aire
y hasta los adoquines de la calle.
La calle
donde Paco no estaba ni Rodolfo ni Marcelo
donde todo olía a derrota
.......... a pócimas amargas
mientras el tránsito continuaba igual que en otros tiempos.

Aunque a veces ellos lograban regresar desasidos del tiempo
con toda la belleza de sus miradas muertas
volvían a las calles más allá de la vida
perdurando
...... resistiendo
propagando su aliento clandestino
sus manos
..... su voz
como una mancha de amor sobre la calle.

© Elena Cabrejas

Poema de Hugo Mujica


ALBA

Quieto,


como no moviéndose
para que la sangre no rebase
la boca

Quieto,

como sintiendo un pájaro
herido
en la palma de la mano

sin cerrar la mano
sin abrir los ojos.

hay una fe que es absoluta:

................... una fe sin esperanza.

© Hugo Mujica

Poema de Martha Goldín


los insondables ¿son los agujeros del alma?
...................... ¿ sus huecos imposibles?

o el lugar donde amanecen los sueños
..................... y descansa tan amada
.......................................... la utopía


© Martha Goldín

Poema de Héctor Miguel Ángeli


FRENTE AL GRAN RÍO

.........a Silvia y José Luis, en Posadas

Oh, meditación del agua!
Oh, sitio de la altura!
Así empezaría un poema pretencioso
pero no,
es apenas la llovizna que languidece
sobre la cuidad fogosa.
Desde el alto balcón de mis amigos
el gran río
ni siquiera parece suspirar.
Sólo es una revelación del aire,
un camino brillante de cenizas.
Las nubes brotan del río
y sobre el río
piensan como nosotros pensamos,
sin tregua ni límites.
Son las nubes
de la libertad y de la tristeza
que zarpan de todos nuestros días
y nos obligan a ser mortales.
En este otoño de las despedidas
creo que nunca cometí maldad alguna.
Por eso pienso, como piensan
las nubes lejanas fugaces,
que estoy entre los fracasados.

© Héctor Miguel Ángeli

Poema de Sonia Del Papa Ferraro


A mis sobrinos del Arroyo Rama Negra

MIS NIÑOS PECES

Niños de agua y primavera
brotados de estambres
amanecidos en ojos de río.
Sus brazos de sauce
se doblan en ramas de ternura
para abrigar la mañana.
Nadan entre soles y juncos
batiendo sus alas de viento.

Mis niños peces.
Voces de pájaro y silencio,
buscan grillos y candiles
en las noches junto a la luna
para obsequiarlas
en los amparos de sus manos.

Ay mis niños peces,
que surcan la tierra de colores y risas.
Corren como un vuelo
cascabeles encendidos,
ráfagas, cometas,
me abrazan las sonrisas,
el amor de los brazos de sauce,
los cabellos de río y los rizos,
de mis niños peces,

cada vez que desembarco
y pongo mis pies
...........en el arroyo.

© Sonia Del Papa Ferraro

Poema de Patricia Díaz Bialet


SARAH VAUGHAN (II)

I let a song go out of my heart
It was the sweetest melody
Duke Ellington

Ella canta y acuna malabares en la luna.
Canta desde su féretro inefable.
Busca el agudo hocico de la lluvia,
el vértice detrás del pentagrama.

Contempla el espasmo de su propia voz.
Roe con su dulce quejido.
Y nos acerca en él su entrelazada palpitación de circo.

Ella canta y cancela toda tristeza,
toda muerte,
toda faja amarillenta de vírgenes añejas.

Estira en lúcidos confites el hilo de su boca abierta
y nos mira,
embelesada.

Y retumba su tímpano sobre el cristal imperfecto.

Por eso no debería yacer como un fruto armonioso:
su lugar es el resorte infinito
y el arrebato que causa cuando se quita los huesos uno a uno.

© Patricia Díaz Bialet

Poema de Claudia Isabel Lonfat


Camafeo

a mis tatarabuelas; Madelaine Tscherry, Melanie Lonfat,
Marie Anne Tscherry


Otro crimen perfecto
Un rostro tallado,
sonriendo tímidamente,
ya es historia
Olvidar
es asesinar
es una sepultura vertical
en la máquina del tiempo
Algún día me tomará
Veré la muerte oblicua en mi ventana
y alguien tallará mi camafeo

© Claudia Isabel Lonfat

Poema de Nilda Barba


las zapatillas saltan
hay sapos adentro
con los varones es mejor
bicicletas en la pendiente
sin manos
un rama columpia almidones
la casa es de hojas
con los varones es mejor
las ciruelas se comen en el árbol
y son de sol las manchas en el vestido

desde arriba
se ven chiquitos
los padres

© Nilda Barba

Poema de Máximo Ballester


Buen consejo

En épocas de sequía literaria,

el poeta debe esperar una noche
de tormenta eléctrica, subir a una terraza,
tomar un pararrayos, apoyarlo en un papel
a fin de experimentar si le es dado el poema
como por mandato divino.

© Máximo Ballester

Poema de María Montserrat Bertrán



Desapego

Ahora
de este arroyito
serpenteando las piedras

Ahora
de hilo verde
corazón esmeralda del agua
que vibra y canta

por únicos bordes
va y corre, nunca vuelve.

Incesante.

Me maravilla su desapego,
su no quedarse, por ir sobre la piel de la tierra
pulsándola,
amándola

amor de música verde
verdísima

ahora
que vibra
....... y canta.

© María Montserrat Bertrán
Foto: Gustavo Tisocco

Poema de Liliana León Trujillo


Buenos Aires.

Buenos Aires es agresión,
hoy por hoy, para ti, para mí.
Me duele que así sea.

Buenos Aires me complace,
como pocas veces me complacen las cosas,
aunque la gente sienta que solo se trata de tangos.

Buenos Aires me vio llegar mujer
Que no tiene secretos.
Conquistándolo todo,
A la vez dejándome conquistar.
Buenos Aires es las cosas que vi, todos los olores del sur,
Los lugares distantes, exóticos
Que no sé cómo traducir.

Buenos Aires se despliega ante mis ojos,
Con la dulzura de quien protege,
Contiene más allá de lo imaginable.
Es paraíso e infierno
En proporciones notables, casi iguales.

Buenos Aires eres tú,
Con todos tus dramas y el espíritu de comedia,
Con tus miedos,
Tus malabarismos de persona
Que disfruta estar perdida en tantos laberintos.
Es la manera que tengo de estar en tus brazos.
Brazos que acogen como ningunos otros.

Buenos Aires esta noche es una escuela de vida,
Mi casa, un festín para mi alma.
Y me ve colisionar contra mi misma,
En el afán de amar con desenfreno.
No a cualquiera sino a ti, solo a ti.

Buenos Aires me llega,
Me compra, me ata.
Buenos Aires me ampara,
Me quita, me da.
Es la larva que me hizo mariposa.
Un lugar dueño de una mirada de ciudad hembra,
Idéntica a tu mirada,
A la que me regalas con sentido de pertenencia.

Buenos Aires no puede ser negada,
Es un ente de luz,
También, a veces, un insecto,
Uno que se afana en ser peligroso.

Por eso hago a esta ciudad, por hoy, poesía,
Para que valga más,
Para que saque a tanta gente del espanto,
Para que me saque a mí misma de la angustia,
Para que fluya,
Para que flote,
Para que crezca.

Buenos Aires en este instante,
Sin importar un antes, un después,
Es un bar en un balcón.
Aunque eso parezca excéntrico.
Que no me deja ser otra cosa
Que una mujer enamorada.
Sumamente enamorada.
A lo ancho, a lo largo, muy profundo,
Cuanto más profundo más intenso,
Cuanto más intenso más real.

© Liliana León Trujillo

Poema de María Laura Coppié


Dieron las 6

Me abriga la tarde
y salto.
Segura
patino por el nácar
de los párpados que enfrento.
Me hamaco en las certezas,
entretejo enviones,
almidono
los gestos de mis manos.
Doblo prolijamente
esta colcha de retazos
que es hoy mi alma
y la guardo
hasta la próxima
temporada.

© María Laura Coppié

Poema de Carlos Roldán


con engolada voz
sin la pastosidad de un vendedor de baratijas
podría decir de tantas cosas
perorar sin término y suntuoso
razones y razones para acallar accesos
pero es mejor hacerse a un lado
cuando viene la historia como propuesta abierta
calle en la calle y las pancartas públicas
ensanchando
el propio aliento libertario
tan erguida y tan frágil
tan debido y tan riesgo

© Carlos Roldán

Poema de María Eugenia Caseiro



descalzos

la vida es un ratón
que no deja de roernos
el talón de aquiles:
vagamos sin sandalia
sobre el giro irreversible del reloj.

© María Eugenia Caseiro

Poema de Mónica López Bordón



EL BRILLO DE ALGUNAS HORAS COMPARTIDAS

Cuando me hablas
me quedo tan desnuda en mis venas
derribadas y cautivas en tu fuego
que le pongo acentos a la noche
silenciosa y sigilosa entre los lirios
de locas mujeres que aparecen,
en pequeños retazos,
cuando me hablas,
a orillas de mi vida,
entre el hechizo del mar
y el vértigo de alguna locura.

Me abandono a ese brillo
de algunas horas compartidas
que me dejaron tan despojada
en mi carne, conmigo,
tan en medio de una madrugada arrasada
donde hablaban los cuerpos y las leyes de la carne
tan violentas, tan palpitantes.

Latiendo en pulso
sigo mirando el resplandor,
esperando la Aurora con sosiego,
una palabra,
un brillo sobre la lejanía.

© Mónica López Bordón

Poema de Silvana Merlo



Cuando quise engullir el mundo con esta boca
se me alargó la lengua.
¡Ay, mi lengua, bisturí prohibido!
Delicada como el viento, corta la respiración
y sin piedad se enardece con inflamada habilidad.
Cae desnuda en el plenilunio de unos ojos
con la impaciencia persistente.
Es la memoria del dolor, es áspera:
busca destrozar las palabras de un príncipe
urdir el motín de versos invencibles.

© Silvana Merlo

Poema de Any Carmona



Oda a tu sonrisa

He recorrido el mundo
para llegar a tu sonrisa.
A tus ojos de luz,
a tus manos de pan.
Transcurrí sueños
y cerré ciclos
para verte.

Develar,
en tu sonrisa adolescente,
que vienes a mí
tal como partiste.
Con tu corazón en flor,
a todas las búsquedas,
abierto.

Ahora me regalas
tu sonrisa,
ni antes ni después.
En la justa mirada
del encuentro,
en la exacta nota del deseo.

Es intervalo infinito
donde solazarme.
Ser lo que siento por ti
entre aquel memorial
de lágrimas
y esta bohemia otoñal
de las almas.

He recorrido el mundo
para que me veas.
Tal cual soy.
Mujer pájaro
del ocaso al alba.
Viajera en tus ojos.
De la luna,
amante.
La que ama esa sonrisa
tuya.
Desde la distancia.


© ANY CARMONA
Imágen enviada por la autora del poema



Poema de Mirna Celis


La hora del Amor

El cielo es un espejismo
de delfines amándose.
La luna estalla en un silencio
de estrellas fugaces; el viento la besa y en giros circulares
enciende la piel de los árboles,
estremeciendo sus raíces… incitando
la pasión de la madera.
El mar está ebrio con el balanceo de las
olas, la espuma sensual lo roza, el ritmo se agita
y la respiración es un tantra azul;
todo se detiene en lo sublime,
los barcos se elevan y las brújulas pierden
el norte.
La lluvia se perfuma con agua de rosas,
la arena abre las entrañas
y la funde intensamente en sus brazos.
Los faros prenden velas
para iluminar
el ritual de latidos y las piedras sahúman esencias de
canela y sándalo.
En lo alto, una bandada de nubes
cubren con sus sábanas aladas
a los amantes.

“Es la hora del Amor”
susurran los muelles
“…es la hora del Amor…”.

© Mirna Celis
Pintura: Mirna Celis

Poema de María Amelia Diaz


Variaciones instantáneas

Caen,
mientras los ángeles descienden,
los pétalos de una flor que ha muerto.
---
Caen los pétalos de una flor
mientras los ángeles descienden:
pasa la muerte.
---
La muerte de los ángeles
hace descender los pétalos de las flores.
---
Una flor y su muerte
hacen caer los ángeles que descienden, como pétalos.
---
La muerte,
los ángeles,
unos pétalos,
son apenas caídas
en nuestro descenso.

© María Amelia Diaz

Poema de Ana Rosa Bustamante Morales


Oda al bailaor de flamenco

II

Su torso para sorberlo paso a paso,
cómo estremecen tablaos
su pasión que devora a la flor,
roja gota hierve en su alma
y la flagra en un botón
que se despliega
con delirios de mascarón
en la mar llena
de peces y estrellas,
y sus tacos gimen su corazón.
¡Qué peñasco levantaron sus oídos
como perros ¡
¡Qué vastas tierras aplastadas por el sol
perturban a mi sexo¡
con su acorde puro seductor
danza tu danza varón
que tus relieves no fatiguen
y el tejido de tus manos disuelvan
ese extasiado esplendor,
en el aire acaudalando la magia
del rebenque,
galopa tu cante
moreno gitano indio bailaor
qué llevas caballos briosos
en tu apasionado esternón
sigue como un orgasmo tu baile
mueve cabellos al son,
lánguido tu rostro ante la voz.

© Ana Rosa Bustamante Morales

28.3.11

Poema de Jorge Boccanera



Todas las bocas de mi cuerpo dan a tu selva.
Pobre del cazador, sus redes de caricias torpes, su ir
en puntas de pie sobre tus corazones dentados.

En mi cuarto sin nadie cruza tu piel forrada en noche.
Vuelvo sobre tus pasos.

A este deseo, lo he deseado.


© Jorge Boccanera

Prosa de Ana Guillot


El cazador acosa a la cierva. La huele, la abunda, va y viene por el espacio que ella misma le otorga. Él sabe, rastrea los pasos que la joven exhala a diario. Ella sabe también. Que él está ahí. Siempre afuera pero con el instinto abierto y las fauces vacías, deseosas.
En el hueco entre ambos, la cotidianeidad crece. Hay muchos hombres y mujeres entre los tenderetes del mercado: pulseras, aros, especias, té oriental, velas y abalorios, alfombras de colores, túnicas. Ella va tocando las distintas texturas pero se siente olida, trampeada. Todos van y vienen amordazando la dolorosa enrancia de esa guerra que parece que no va a terminar. Víctimas y victimarios conviven. Algunos se aman a escondidas para saber cómo es eso de acariciar a un extranjero, para saber si en el resto del mundo el clímax o la castración se parecen. Otros se ignoran, o se agreden. Pero conviven hace nueve años, o un poco más.
Dije, decía hace un momento, que ella toca las cosas que están a la venta y les imprime un temblor, una perplejidad pequeña. En el medio, la gente y sobre el árbol (o más allá, pero no en el Olimpo, no al menos hoy), él huele, se relame, babea.
Ella sabe que está ahí. Y se acomoda el cabello. ¿Y entonces? ¿Acaso podría ser que la joven hoy lo acepte?
No lo hará.
No es la primera vez que lo rechaza. Antes ya lo hizo. Cuando la comadreja había entrado por detrás del tronco del árbol para cuidar la cría.
Entonces él maldijo esa distancia entre su ardor y la mujer. El pacto estaba escrito y se cumplió.
Pero ahora sigue detrás preparando un nueva inmersión, una celada. Pero ahora, acabo de decir, ella se acomodó el cabello. ¿Y entonces?
Baja la escalinata Eneas, puedo verlo. La joven sonreirá. Está sonriendo ahora.
Dentro de un rato ellos dos sí se besarán, mientras el dios huele. El roce de los humanos ahora.

...................(extracto del capítulo de Casandra)

© Ana Guillot

Poema de María Del Carmen Suárez


EXCLUIDO

Me regalaron cerezas.

Lo vi tirado en la vereda.
Nos miramos hondamente.
Volví a mi casa
el estallido del corazón
me hizo regresar.

Entonces nos abrazamos

y lloramos juntos.

Las cerezas fueron mordidas

una a una
como gotas de libertad.

Nos seguimos viendo.


© María Del Carmen Suárez

Poema de Leonardo Martínez


POEMAS CON ÁRBOLES

IV

Ha llegado octubre
Cielo y tierra se acoplan
en atronador celeste
Toda la gracia carnal de los ángeles
encadenada al tarco
halo de cielo
ráfaga de Dios
que se aloja en el corazón del monte

© Leonardo Martínez

Poema de Amalia Zacoutegui



Era el plumaje de la noche.
Eran los búhos escribiendo con su sombra la otredad de la luna.
Era toda respiro yo, la que aguardaba.
La casa de la infancia rondaba como un lobo,
un insomne lobo aullándole al vacío.
Eran los árboles del pánico y sus bocas
engullendo la lumbre a bocanadas.
Tu evanescencia, amor. Tu imposible voz. Tus desgarrados nunca.
Mi alma aferrada a la luz de una estrella
para no ovillarme hacia el olvido.
Muy lejos aún los caballos del sol incendiando las sombras,
fundando el horizonte en los cascos de fuego,
prometiéndome el tiempo.
Bajo el tajo del silencio,
bajo ese manto de cristales fríos,
en el astillamiento donde la sangre reptaba como una danza oscura,
era toda respiro yo, la que aguardaba.
No sabía.
No sabía, amor, que sólo para mí vendría la luz de la mañana.

© Amalia Zacoutegui

Poema de Lidia Cristina Carrizo


Breve Disparo

Podemos partir de un breve disparo,
de la rueda circular hacia el infinito,
señalando en línea recta un grito libre.

Estrechar mi fatigosa, ingeniosa mente,
en el hueco de tanta razón, en la huella
ardida, oprimida, sofocante en el juego
de los gritos, que entre amarras y corazas,
van por más amores, muchas más alegrías,
tributando el dibujo y sus formas mágicas,
borrando el horror del columpio,
que en su vaivén divide razones.

Podemos partir así... tumultuosos
de un breve disparo que taladre!


© Lidia Cristina Carrizo

Poema de César Cantoni



VETERANO DE MALVINAS

.............A Gustavo Caso Rosendi
.............y Martín Raninqueo


No es extraño que una bomba enemiga
me despierte en medio de la noche,
llenando de esquirlas mi recuerdo.
Felizmente, la mujer que duerme a mi lado
tiene un aire sereno y protector
y su contacto me libera de la pesadilla.
Atrincherado entre las sábanas,
hundo, entonces, mi rostro en el surco de sus pechos
y me duermo de nuevo como un chico.
Hasta que otra bomba vuelve a despertarme.

© César Cantoni
Foto: Gustavo Tisocco

Poema de Susana Mabel Lizzi


SOY MUJER

Por la justa capacidad de la palabra
el entrañable afán de estar dispuesta
y moverme de rincón en rincón con alma en mano
soy mujer.
Aunque mi poder radique en la sonrisa
que sostengo a contravida.

Un puente conduce hasta mi corazón de madre
cuando hablo de hijos
alborotados de sudor y bicicleta.

Sé cuánto azúcar hay que echarle a la vida para que parezca
una regia ensalada de frutas,
conozco la medida exacta del jabón en polvo para quitar el olor
de la diaria tragedia.

Tengo todo el silencio para escuchar cuanto la gente necesite.
Mi mano se convierte en un puente que atraviesa los mundos
de cada mujer que me visita.
Entro y salgo del día por la orilla de un ruego.
Trasponer ese umbral es tener un cable a tierra.
Por la campana de un beso repico de vez en cuando…
porque
el secreto de todo está en saber quererse
confluir entre comidas y champú,
entre revistas de moda y espejos reveladores,
el secreto
está en ser mujer
Por eso amamos en clave de totalidad
hasta el cielo ida y vuelta
pasaje abierto de regreso.

© SUSANA M. LIZZI

Poema de Pilar Romano


ESTA MUJER

Soy mi propio invento cada mañana,
encerrada en una piel despierta,
lavada con lágrimas.
A veces me llama una luna cobarde
y me invita a escapar por espirales blancas,
pero me quedo
y recojo mi siembra,
en un campo riesgoso y sin nombre,
en ebrio silencio,
con la ansiedad enhebrando ruegos.

Hasta que llegan
los duendes de lo eterno
y me acercan palabras.

© Pilar Romano

27.3.11

Poema de Emilce Strucchi




Querría ser un tobillo
O el nudillo de mi dedo meñique
Y por qué no la médula ósea o mi pelo insurgente

Se puede decir que todo da igual

Menos la boca creo
Porque al llegar al final de algo por ejemplo
Del pedazo último de un budín
Que estoy por tragar con placer
O de una palabra que la digo o no
Algo
Se me va para siempre

© Emilce Strucchi

Poema de Karina Sacerdote


Rojo

el acero al rojo en la piel
el arrebato de conservación
el rojo en crecimiento
recorriéndolo todo
llenando todas las células y los nervios
y la cabeza inmersa en el tormento
la voz el pecho el grito
todos los huesos
lastimándose hasta el pelo y las uñas
hasta lo que no se soporta

y luego
delicadamente
pacífico el rojo tiñéndonos por completo
ser ese dolor también
saber que ya es parte nuestra
que así somos
y dejar de dolernos

© Karina Sacerdote

Poema de Benjamín Mejías Caris


La hoja cae muerta

Y la hoja cae
no conmueve pena
maltraída
piedra en el hondo silencio
repleta
de qué
y la hoja cae
agonizante en el último testimonio.
Y todo suma
y se lleva los sueños torcidos
y un minuto no existe
y el témpano de mi mirada se va.
Y la hoja cae
sonámbulo
como yo
sin la mano en el aire
como yo
sin el ojo en el aire
como yo
sin el principio en el aire
como yo
la hoja cae muerta.

© Benjamín Mejías Caris

Poema de Irene Gruss


OFICIO

Escribo en la casa;
mi hijo duerme
y yo escribo a escondidas,
no sólo para no despertarlo.
Ahora puedo escuchar
a la lluvia sobre
los baldes y las sogas.

© Irene Gruss

Poema de Irene Marks


El ciruelo

Tocó las ramas más altas del ciruelo…

“Señoras y señores les vengo a pedir por favor”

Tocó el brillo de las hojas.

“No hago nada malo, señoras y señores,
les pido una moneda para mi hermanita
internada en el hospital Francisco Muñiz”

Sintió el viento en las hojas
Siempre es otoño, dijo,
en un árbol que enrojece al atardecer

“Les deseo señoras y señores,
que no les falte nada en sus hogares
No hago nada malo,
les pido una monedita”.

Y el tiempo cayó sobre la infancia
El tren marcha
sobre los ojos de los niños mendigos
¿Alguna vez florecerá el ciruelo?

© Irene Marks

Prosa de Gustavo Olaiz


El digno osario

Ayudado por su gran memoria el elefante se dirigió al único lugar donde los demás lo dejarían solo.

Un elefante no entra a un cementerio salvo si quiere morir.
Pasos decididamente lentos mueven las columnas de sus patas, su andar arenoso.
Se deja caer como un mundo en el lugar elegido.
Una montaña gris respirando lentamente.
Tal vez sea derecho, tiene el colmillo de ese lado más desgastado.
Deja un ojo en tierra, el otro apuntando al cielo. El cielo que revolotean los buitres volando en círculos.
Esqueletos blanqueados al sol, por los carroñeros, por el tiempo. Ruinas blancas de otras vidas.
La manada lo sigue a unos centenares de metros de distancia. Sin embargo no penetran el campo de las enormes osamentas. Están afuera esperando. Cuando lo ven inmóvil, tirado a un costado pronuncian los más viejos un profundo bramido que los hombres y los animales de menor tamaño no pueden escuchar, no alcanzan a oír. Un sonido de muy baja frecuencia. El quejido sordo de la sabana, ¡un elefante está muriendo! Es el ulular de un buque, las orejas flamean extendidas. Formados en abanico, las demás bestias de la manada le dedican una última mirada. Y se retiran solemnemente.

Criatura yunque, bestia imán con conciencia de la muerte.
Imágenes caóticas se suceden en la mente del animal, se ve peleando, nadando de noche bajo la luna. Empieza a delirar.
La muerte se toma su tiempo para dominar sus toneladas.

© Gustavo Olaiz
Imágen enviada por el autor

Poema de Alicia Grinbank



EL FLORISTA

Se dice en el barrio que mató a un hombre.

A veces le consulto sobre el fumigado de mis plantas:
con precisión euclidiana
.............. indica modo y frecuencia.

De crímenes humanos parece que ha sido perdonado.
Y yo- cómplice en el exterminio vegetal-
creo en sus ojos de un verdemar irreductible.

© Alicia Grinbank

Prosa de Cristian Gentile


Culpable

Culpable porque es la vida la que nos separa y no la muerte.
Como si todos mis fantasmas se refugiaran en tu mirada.
Mientras tanto, el pobre pasillo de nuestro suburbio se lleva tu sombra en lo que dura un instante.
Y el camino habla debajo de mis pies, dice que conserva tus pasos sólo para que aunque te vayas, siempre vuelvas.
Las historias que descansan en mi cuarto no son mías, sino de otros. Es que no tengo siquiera un poema donde esconderme, donde no pueda oír cómo te miente la noche, que con descaro me perturba martillando mi soledad.
O es tal vez lo que me parece, fundido ya en la paranoia.
Y te muestras tan inocente, dejando tus huellas en el aire, a pesar de la risa descarnada del tiempo.
¿Y qué queda de aquel “nosotros” que se vistió con nuestra ropa?
Estoy cansado de las puertas que no abren y que respiran palabras mientras pierdo el aliento en suspiros inútiles.
¿Cuánto has esperado mi confesión, detrás de un espejo que oculta más que tu rostro, tu llanto?
Los juramentos rotos evitan nuestra consciencia, y en lugar de vivir despiertos, nos hundimos en el delirio de mi absurdo. Y mis mañanas dejarán de ser mías y a pesar de eso elijo hablarte para decir con los labios lo que no olvidaron callar los pasillos.
Para que nadie respire palabras y viva de ellas.
Soy culpable porque todavía te busco y porque no me detengo a preguntar.
Es obsesión que se me pega a la piel como una hoja de seda en un día de nieve.
El mundo se me confunde y las frases conspiran.
Estoy ansioso de tu aroma perdido. O estoy perdido por la ansiedad de tu aroma.
Te culpo a veces en la torpeza de mi desvarío.
Por estar cuando no estoy. Por flotar cuando me es imposible alcanzarte. Por ser de nadie y menos mía.
Por ser dolor y remedio, por ser mi libertad y también mi prisión.
Por tantas cosas aguardo al mundo que juzgue con la crudeza de su testimonio; si debe condenar a ambos a vivir de nuestras penas, entonces... entonces prefiero declararme culpable.

© Cristian Gentile